viernes, marzo 16, 2007

L'Anniversaire

Anteayer hizo un año exacto del comienzo de mi aventura expatria. Corría el 14 de marzo del año 2006 cuando me embarqué rumbo a las Galias, con un coche lleno de ropa y algunos libros, un francés escaso (demasiado escaso como bien pude sufrir y sigo sufriendo), sin la más remota idea de lo que iba a ser de mí y con una ración de miedo tan sólo superada por las ganas de vivir una experiencia como hasta ahora nunca había vivido (bueno... en realidad no era la primera vez. Yo era muy pequeño cuando... pero esa es otra historia).

El desembarco no fue fácil. Las circunstancias de partida no fueron las más propicias para un cambio de tal calibre, aunque se contrarrestaron en parte gracias a la ayuda de mi demi-orange (válgame la expresión para dar un toque français) y por el poco tiempo y esfuerzo finalmente invertidos en la búsqueda de un curro nada mal pagado que me permitió vivir en una ciudad tan poco altruista con el ocio como es París.

Al igual que ese pequeño gran emperador de origen corso que tanto nos dió por culo allá por los comienzos del siglo decimonoveno, yo también fui desterrado (aunque de manera voluntaria). Curiosamente, mis posaderas hallaron sitio en los mismos bosques que antaño el enano ilustre utilizase como jardín privado. Es obligado apuntar que el tamaño del chalet o château en el que reposaba el gachó le iba a la zaga en cuanto a extensión se refiere. Jodido fue el destierro, jodido, duro y solitario. Porque no siempre basta estar con gente para dejar de sentirte sólo.

Pasado el invierno, una vez que ya pude quitarme el abrigo, los guantes, la bufanda, los leotardos, las camisetas termolactil (la de manga corta y la de manga larga) y los gallumbos largos, es decir, allá por mediados del mes de junio, comencé a buscar un sitito, un rinconcito en forma de apartamento (apartamentito) en la bella París. No fue tarea sencilla, pues estaba el objetivo de no convertirme en un puriempleado artista callejero para poder pagarme une pression o como llamen aquí a una variante de la caña de siempre. Por fin, instalado el octavo día del mes de julio en un modesto (modestito) estudio, descansé.

Yo seguía sin entender una palabra de cada dos y sin saber pronunciar media de cada una, pero ahora estaba en la ciudad del Sena, o mejor, de la Seine, que así, dicho en femenino, le pega más. Grandiosidad, belleza, historia, cultura...(magia, duende, poderío, saber estar... jodido JL Moreno...). Todo eso y unas cuantas cosas más es París. Pero también tiene su Lado Oscuro, como La Fuerza. Gris, fría, antipática, distante y cara, coño, cara de cojones.

Respecto a sus gentes...la parte positiva ha sido la multiculturalidad. Siempre he pensado que Madrid era multicultural, pero en esto de las razas la capital castiza está en pañales. En la antigua Lutecia hay una auténtica diversidad de colores de piel, rasgos, vestiduras, credos y lenguas. Hablan de Londres como ejemplo, pero París no debe de andar lejos de la ciudad de la niebla.
Sin embargo, como no podía ser de otra forma, si decimos que París tiene Lado Oscuro indudablemente es que habrá Lores Sith. Pocos franceses he conocido, sean parisinos de origen o de adopción, con los que haya podido entablar una conversación más allá de lo estrictamente necesario para el encuentro profesional.
He caminado kilómetros y kilómetros, he contemplado los mismos monumentos cienes y cienes de veces, he visto los relejos de las aguas del Sena al amanecer, al mediodía, al atardecer y al anochecer, casi he terminado de contar las bombillas de la torre Eiffel, he comido crêpes saladas y dulces, he saboreado el fondant au chocolat, he comprado pan (deporte parisino), he disfrutado de las visitas recibidas, he hecho Kung-fú... joder, si hasta he estado en un cementerio, coño. Pero en lo tocante a amistades, me llevo en la mochila un número escaso, aunque internacionales, eso sí. La multiculturalidad como aliada ha hecho que argelinos, marroquíes y vietnamitas hayan sido mis referencias en cuanto a trato personal se refiere. Benditas ex-colonias.

Al final, hastiado del frio y la frialdad, del color gris, de la lejanía y de los kilos de más por el sedentarismo impuesto, me decidí a cambiar de aires no fuese a ser que yo también cayese en las garras del Lado Oscuro, que ya sabe que todo lo malo se acaba pegando antes que lo bueno y al final cuesta más quitarlo.

Y heme aquí, después de un año y tres mudanzas, que comienzo una nueva etapa en esta aventura. La última,espero. Buscando latitudes más cálidas y acogedoras (le pese a quién le pese), he terminado recalando en Tolosa de Francia (Toulouse), ciudad antaño refugio de españoles, expatriados éstos de forma forzosa por las hordas franquistas. Aún es pronto para emitir un juicio, pero de momento al menos hace sol, coño, que algo es algo.

Ahora ya sólo me queda marcar una fecha en mi calendario, una fecha que indique el regreso a casa, le retour. Será una fecha posiblemente navideña, por lo del paralelismo turronero. Y una vez puesta la cruz... ya sólo será questión de ponerse a descontar los días...