domingo, septiembre 03, 2006

La cuestión es tragar

En Francia no existen las máquinas tragaperras. En París no he visto de momento ninguna, así que creo poder hacer extensiva al resto del territorio francés la anterior observación. A pesar de que mi estancia por estos parajes va camino de seis meses, hasta hoy no me había percatado de este hecho, quizás por no haber sido nunca un usuario asiduo de este tipo de entretenimiento, o quizás por haber menos establecimientos idóneos para alojar esta clase de atracción lúdica, o simplemente por el paulatino descenso de mi interés por los bares.

Descartando esta última por irreal e improbable, y centrándonos en las dos primeras hipótesis, decir que ciertamente nunca he sido muy aficionado a las máquinas de la familia Franco. Bien por la influencia que ha ejercido este apellido sobre mi subconsciente, o bien por resultarme siempre demasiado complejo entender las múltiples reglas, variantes y combinaciones de este juego, el hecho es que nunca he tenido grandes dificultades para refrenar los posibles impulsos ludópatas que pudieran guiar mi mano hacia los botones de este lucrativo pero nada inocente juego.

Haciendo memoria, vienen a mi cabeza imágenes de unas máquinas grandes, llenas de botones y de luces, con multitud de sonidos y melodías, y con un trasiego continuo de hombres y mujeres, de adolescentes, maduros y viejos, de españoles y foráneos, de ricos y de pobres, cuyas manos llenas de monedas, minuto a minuto van soltando lastre en el interior de una rendija que, como una bestia voraz, va tragándose una por una todas las perras (de ahí su nombre…). Pero a pesar de todo, esas dichosas máquinas comedinero son parte ya del paisaje de los miles, decenas de miles o centenas de miles de bares (por no decir millones y que alguno me tache de exagerao’…) que pueblan la geografía española.

En París no existen máquinas recreativas, vuelvo a insistir, y aún a riesgo de equivocarme, diré que en todo el hexágono (como los propios franceses denominan al territorio franco) tampoco. Pero… eso no significa que los habitantes de la France estén libres de la ludopatía u otros demonios similares.
Haciendo halago de un clasismo no reñido con las nuevas tecnologías, la bestia que devora los salarios, pensiones y subsidios a este otro lado de los pirineos no es otra que el caballo. Existen otros tipos de loterías o de apuestas, evidentemente hay una quiniela, hay una especie de bingo electrónico, cartones de rasca y juega, y montones de timos legales del mismo estilo. Pero creo que la reina de la fiesta es la apuesta hípica, la PMU.

Hoy, mientras veía en un bar la final del mundial de baloncesto, he sido testigo de cómo la PMU juega el papel de las tragaperras entre la clientela de los bares parisinos. Encima de varias mesas ocupadas por otros tantos parroquianos, he visto cómo las manos diestras iban rellenando unos boletos mientras las zurdas manejaban las páginas de los suplementos de hípica con el objetivo de contrastar resultados y poder así afinar la apuesta. Había algunos que sólo necesitaban su instinto para marcar las cruces, y los menos expertos supongo que se dejarían guiar por el simple y puro azar.

Una vez ejercida la labor del relleno, los atrevidos iban pasando por caja. Un tipo del bar, ejerciendo labor única como responsable de las apuestas de la PMU, las iba introduciendo, con sus cruces bien marcadas, en una máquina tragaboletos. Pertenece a la misma especie que nuestra querida tragaperras, pero clasificada en distinta familia, por el tipo de alimentación. Ya saben, cosas de la taxonomía.

Dividiendo mi atención entre el festín que el engendro mecánico se estaba dando y el baloncesto, se llegó al final del partido. Sin concedernos apenas un momento de gloria al reducido grupo de españoles que estábamos saboreando la gran victoria que la selección acababa de lograr, las imágenes de la euforia, las risas y también las lágrimas de los componentes del equipo de España, fueron sustituidas de un plumazo por otras de caballos con la lengua fuera, corriendo hacia no se sabe muy bien dónde.

–Joder – dijimos algunos

Pero la secta de los adoradores del PMU no atendió a razones. Había otro acontecimiento lúdico-deportivo más importante que un simple mundial de baloncesto, aunque hubiese ganado España... Las carreras de caballos del domingo... y las apuestas, claro está.

Y así, cuando salí del bar, mientras una parte de mi cerebro iba pensando en el partidazo que había hecho Garbajosa, la otra sólo era capaz de pensar, no ya en el logro deportivo tan importante que acababa de contemplar, sino en las tragaperras españolas y las tragaboletos francesas, y en que al menos las nuestras… cuando comen…cantan.

2 Comentarios:

At 05 septiembre, 2006 19:09, Anonymous Anónimo said...

Yo de pequeña, con 6 años, ví como mi padre echó los 5 duros del cambio en una de estas tragaperras y de ella empezaron a salir montones y montones de monedas. Concluí que aquélla era una máquina maravillosa y con la siguiente moneda que cayó en mis manos por valor de 25 ptas (qué tiempos...) me dirigí yo solita al bar de abajo y poniéndome de puntillas intenté llegar a la ranura. Suerte que el dueño del local me detuvo y me dió tal sermón que nunca más volví a sentirme atraida por el endemoniado: "tin-to-tin-to-tín tin-to- tín"

 
At 05 septiembre, 2006 22:28, Blogger Carlos M. said...

¿Qué hubiera sido de la inocente niña si esa moneda hubiera alcanzado su objetivo? Pues posiblemente la hubiese llevado a una vida de juego, vicio, drogas, alcohol y sexo. Y así no se habría convertido en una mujer muy mayor, traumatizada,etc.

¿Cual es la moraleja?: que el dueño del bar es un hijoputa.

 

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