lunes, septiembre 25, 2006

El pequeño saltamontes (I)


No es fácil practicar deporte en una ciudad como París. Al menos es la impresión que yo tengo. Bueno, quizá me he dejado llevar por mi frustración y he generalizado demasiado. Tal vez tendría que reformular la afirmación: no es fácil practicar los deportes que me gustan en una ciudad como París. Así está mejor. Ahora es una afirmación más justa —para París—.

Mi problema es que no puedo correr ni puedo jugar al squash. Para evitar malvadas conjeturas acerca de un posible aburguesamiento de mi persona, decir que, a pesar de que el squash ha sido siempre un deporte injustamente relegado al papel de mero entretenimiento concebido por y para el disfrute del hoy ya arcaico mundo yuppie, éste es un deporte realmente interesante. Conjuga diversión con habilidad y una más que notable exigencia física. Estoy tentado de hacer una comparación con el pádel, pero me la ahorraré, no vaya a ser que el antiguo presidente del Gobierno —uno enano y con bigote— dicte una fatwa contra mi persona y tenga que exiliarme en Cuba.
Decía que no puedo jugar al squash, porque aquí en París aún deben de creer que sólo juegan los yuppies. Los precios del alquiler de la pista son prohibitivos. Pero es que correr tampoco es fácil. Y no es que yo sea un tipo especialmente delicado, pero si corro en asfalto tengo tendencia a sufrir periostitis. Ya me pasó el año pasado, y también este año, en Abril. Es por eso que necesito un parque —por lo caminos de tierra, se entiende—. Y aquí no tengo ninguno cerca. Si a eso le añadimos que en esta zona llueve día sí, día no, jodido estoy también, pues, con el tema del atletismo.

Pero como uno no ha de dejarse nunca vencer por estas pequeñas adversidades, y sintiendo que ha crecido en mí un deseo de encontrar la paz interior y la armonía en el universo espiritual, creo que voy a intentarlo con el Kung-fu.
La semana pasada ya tuve mi primer acercamiento a este milenario arte marcial chino. Bebí de las enseñanzas de mi maestro, y, mientras apalizaba a un pobre adolescente, noté cómo mi espíritu se elevaba a un plano supraterrenal. Lo jodido fue después, cuando me tocó con un tipo que tenía los ojos azul celeste —uno mirando al este y el otro... pal’oeste— Hizo que mi espíritu volviese a la tierra de donde salió, pues no hay nada más chungo que adivinar por dónde te va salir un bizco.

Siendo positiva como lo fue, la experiencia, este fin de semana me dirigí animoso a una tienda de deportes con el objetivo de adquirir todo el material necesario para la lucha cuerpo a cuerpo. Si os preguntáis qué tipo de cosas son necesarias para estos menesteres, aquí os muestro una lista.

.- Guantes. De boxeo, no de lana.
.- Zapatillas de Kung-fu. De las de toda la vida, no sé cómo explicaros.
.- Kimono de Kung-fu. Con un pantalón del chándal y una camiseta, se combate igual.
.- Protecciones para tibia y empeine. En una patada lateral o voladora son bienvenidas por ambos lados, tanto atacante como atacado.
.- Coquilla. Los eunucos pueden prescindir del artilugio.
.- Protector dental. Aconsejable visto a cómo va el precio de las ortodoncias.

Como anécdota, tengo que contar que cuando fui a coger la coquilla, me di cuenta de que sólo había dos tallas, la S y la XL.

—Coño —me dije— ¿Y ahora cuál cojo? —mientras miraba si había una M o una L

Evidentemente, como cualquier hombre, en caso de duda habría cogido la XL, por supuesto. Pero debo decir que en este caso, Claudine me echó un cable

—Cariño, tú usas la XL

Con el orgullo a tope y sacando pecho cuál gallo de pelea, eché mano de una coquilla XL, mostrando a la concurrencia mi elección —Luego me di cuenta que la S es para junior y la XL para senior. Pero bueno, al menos tuve mi momento de gloria—.

Esta misma semana certificaré mi adhesión al club. Estoy impaciente por empezar. Pero creo que de momento sólo me apuntaré un mes, no vaya a ser que en uno de estos combates que se hacen de entrenamiento, algunos de estos flipaos que siempre intentan emular a Bruce Lee, me meta un meneo que me haga ver que la coquilla no es más que una defensa... psicológica.