jueves, octubre 05, 2006

El pequeño saltamontes (II)

Aún sigo siendo saltamontes. Y creo que irá para largo. Es jodidamente difícil esto del Kung-fu. Aunque, realmente, lo que creo que no se me da bien es lo de pegarme con alguien. Yo me considero una persona pacífica, sin una animosidad especial por untarle los morros al primero que se me cruce. Tampoco soy alguien especialmente atrevido, ni valiente. Tal vez porque ya he probado en más de una ocasión el sabor de una buena leche. Aparte de otros golpes, tengo contabilizados dos puñetazos en la nariz, otro en un ojo, y una patada de kateka en pleno rostro. Sí…, creo que no soy un buen pegador, aunque sí un buen encajador. Quizá sea porque estoy más acostumbrado a recibir que a dar —que perra vida—.

Ayer fui a mi segunda clase de artes marciales. Los miércoles es el día en el que se hace casi una hora de preparación física —correr, saltar, estirar, abdominales, flexiones, etc.— y algo más de media hora de combate. Esta media hora es realmente la más entretenida, pero, cómo os podéis imaginar, no está exenta de cierto riesgo. La dinámica habitual es hacer dos filas, una enfrente de la otra, y ponerse por parejas. Se practica un tipo de golpe, y se va rotando para que en cada ejercicio te toque con alguien diferente. Ahí me teníais a mí ayer noche lanzando unos directos, algún crochet, que si una patada directa, otra circular, a la media vuelta… Y, joder, tan contento de estar practicando y aprendiendo. Yo no me cebaba con nadie y nadie se cebaba conmigo… hasta que llegamos al final de la clase…

Antes de terminar, se hacen un par de rondas de combate libre. La dinámica es más o menos la misma: te emparejas con alguien y practicas todos los golpes que has aprendido, pero esta vez simulando un combate real. Bueno… lo de simulando es para algunos… para otros no. Pues bien, para este último ejercicio me tocó con una chica. Hasta ese momento sólo me había pegado con tíos. No es que sea importante el hecho, pero baste como ejemplo para reivindicar que nosotros también podemos ser el sexo débil.

Después de saludarnos, yo con una sonrisa y ella con carra de perro, nada más comenzar a combatir, la-que-hizo-un-casting-para-Los-Angeles-de-Charlie-pero-que-no-la-cogieron-por-fea me manda un directo en plena jeta, así, pa’ calentar.
Coño— me digo a mi mismo —Esto no va a ser muy divertido
Así que empezamos a pegarnos…bueno, más bien es ella quién me pega… yo sólo intento defenderme del aluvión de hostias que me están cayendo. Después de un minuto recibiendo palos, pienso que ha llegado el momento de hacer valer mi mayor peso y —se supone, como hombre que soy— mi mayor fuerza. Pero de nada vale intentar defender el orgullo masculino si tu contrincante da, pega, recibe y encaja mil veces mejor que tú. A cada patada que intento conectar, ella me responde cogiéndome la pierna y lanzándome un directo. Mis puñetazos no son más que simples caricias. Las suyas, no obstante... son hostias bien dadas.
Después de descartar la patada en los huevos por motivos obvios, estoy tentado de escupirla, pero no me suena que eso esté contemplado en la ética del Kung-fu, así que lo único que puedo hacer, aparte de tragarme la saliva y mi orgullo varonil, es ir reculando por toda la sala mientras rezo mentalmente pidiendo la hora. La tía no ceja en su empeño de hacerme oler el cuero de sus guantes.

—En una de esas, cuando me lance el puño, le cojo el brazo y la muerdo, pa’ que se joda— pienso para mí, mientras Hulka me lanza una patada.

—Esta tía quiere matarme —vuelvo a mascullar entre dientes, a la vez que la prima karateka de Policarpo Díaz me golpea el pecho con un directo

A punto estoy de olvidarme de la ética del Kung-fu y pasar a la del libre albedrío, la del todo-vale, la de no-importa-el-medio-sólo-el-fin, cuando... Aleluya!, mis plegarias son por fin escuchadas y la clase finaliza.

—Te ha salvado la campana, muñeca —es lo único que se me ocurre pensar para no enfangar más mi, ya por los suelos, orgullo masculino, aunque en realidad el que se ha salvado he sido yo.

Lanzo un resoplido, mientras algo maltrecho, le hago el saludo y tengo un pensamiento para su santa madre. Ya no me acuerdo si esta vez me sonrió o no, pero poco importa, porque después de la demostración hecha, hubiera sido lo mismo que una sonrisa de serpiente, que una carcajada de hiena.

Y mientras recojo mis cosas, y voy camino de la ducha, me digo a mí mismo que al menos la chica ha respetado mis virilidades, algo es algo. Pero aún así..., creo que para el próximo día, me pondré la coquilla, no vaya a ser que en esta semana la hija pequeña de Harry el Sucio decida perder la poca humanidad que aún le queda.

4 Comentarios:

At 20 octubre, 2006 14:22, Anonymous Anónimo said...

Sinceramente Forest ... tenías que publicar estos relatos tío, son cojonudos. De hecho este y el de I'll be back se los he enviado a un amigo y opina lo mismo. Eres un crack ;)

PD: q si nos vemos en París ... más pistas -antes de fin de año-

 
At 20 octubre, 2006 14:49, Blogger Carlos M. said...

Gracias, corazón, pero la amistad te ciega. De todas formas, Si algún día, en otra vida, escribiese un libro, el primer ejemplar sería para tí, sin duda.

No dejes de contarme tus planes parisinos, pues según sea la fecha, la agenda está apretada...

 
At 24 octubre, 2006 18:33, Anonymous Anónimo said...

Te escribo mejor mail

PD: insistiré en el mail en mis propositos editoriales :)

 
At 24 octubre, 2006 19:39, Blogger Carlos M. said...

Si tú haces de Medici, podemos montar un fanzine. Me sé de algún otro que estaría interesado en hacer colaboraciones.

Besotes

 

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