miércoles, octubre 18, 2006

La vida es bella... sobre todo si es gratis

El otro día me dijeron que la fundación de la ciudad de Roma data de una fecha de hace más de 2700 años. Resulta difícil saber si aún se conserva un vestigio de aquella fecha tan remota, pero lo que no se puede negar es que Roma rezuma historia por los cuatro costados… o más propiamente, por las siete colinas. Y digo que no puedo negarlo porque precisamente estuve allí este fin de semana pasado y pude constatarlo por mí mismo. Grandiosa es esta hermosa capital… y más grandiosa aún cuando se divisa desde cualquiera de las tres terrazas de la suite de dos plantas del hotel de cinco estrellas en el que estuve alojado. Si a eso añadimos que mi bolsillo tan sólo ha soportado la carga de un par de cervezas consumidas en el bien surtido minibar de la planta baja de la suite, el éxtasis alcanza cotas divinas –¿será por la influencia de la próximidad de la Santa Sede?–.

Sólo el hecho de la visita a una ciudad tan maravillosamente histórica como Roma ya hubiera valido sin duda un artículo dedicado a tal aventura. Pero si, como aderezo, aliño y guinda, añadimos el hecho de pasar el fin de semana disfrutando de los placeres reservados a los magnates, empresarios, directivos, millonarios, artistas de cine, cantantes famosos y Dalai’s Lama’s de turno, no sólo queda justificado sino aún diría que obligado el hecho de compartir con vosotros la experiencia.

Como es evidente, comenzaré por una breve reseña del alojamiento. El hotel del que os hablaba, es un hotel de cinco estrellas –Hotel Exedra–, situado en la céntrica Piazza della Repubblica. En la puerta nos dejó, la noche del viernes, una limusina que vino a recogernos al aeropuerto –tranquilos, no era una limusina como las americanas, las de las películas. Era un simple Mercedes– Al llegar a recepción, nos pareció que por un momento había algún problema con nuestra reserva, pero no, lo que ocurría es que estaban intentando encontrarnos un espacio adecuado. La primera edición del festival de cine de Roma estaba llenando la ciudad de visitantes, entre ellos Sean Connery, con el que no pudimos finalmente coincidir en el hotel. La habitación 441, ésa es la que nos dieron.

Después de subir a la cuarta planta, caminar por un suelo enmoquetado hasta el final del pasillo y abrir la puerta, éste fue el panorama que nos encontramos: Suite de super lujo, con dos plantas, cada una de ellas aproximadamente de 60 m2. Planta baja: vestidor enorme justo en la entrada, salón con una mesa redonda en la que cabrían el Rey Arturo y todos sus caballeros, dos sofás de diseño con cojines y una barra de bar grande con su correspondiente nevera –muy bien surtida, por cierto–, un cuarto de baño como en los anuncios, con una bañera de hidromasaje más grande que todo el cuarto de baño de mi casa, siendo la pared frente a la bañera un gigantesco ventanal desde el que poder contemplar Roma mientras tu cuerpo nada en un mar de espuma, y con una puerta en medio del ventanal para salir a una de las tres terrazas de la habitación. Del salón, suben unas escaleras que nos llevan a la parte dormitorio. Primera planta: dormitorio circular, con agujero en el centro que comunica con la planta baja y del que salen multitud de lámparas y velos que las cubren, cama de 2x2 –dos metros de ancho por dos de largo–, otro cuarto de baño, esta vez sólo con ducha –pero qué ducha–, y segundo vestidor, aunque algo más pequeño que el primero, ah, si!, y una tele de plasma de más de 40 pulgadas, más dvd, colocada justo enfrente de la cama.

Con este resumen creo que es más que suficiente, así que me ahorraré los detalles…que os aseguro que los hay. Bueno, tan sólo una cosa… si tenéis curiosidad sobre el precio, os puedo decir que se trata de una cifra con cuatro dígitos.


A pesar de que da pena salir de una habitación como ésta, el sábado por la mañana nos decidimos a sumergirnos en ese particular caos que tanto caracteriza la vida cotidiana esta extraordinaria ciudad como es Roma. Visitamos la Fontana di Trevi, el Panteón, la Piazza Navona, el Campo de Fiori, el Castelo de Sant Angelo, y, a pesar de mi ateísmo confeso, también nos dirigimos al Vaticano. Y quiso la Providencia o la madre que la parió, que en ese concreto día y en ese preciso momento, un señor de blanco al que todos llaman Su Santidad, estuviese dando una conferencia ante miles de fervientes seguidores. Haciendo de tripas corazón, resistí el envite, y afortunadamente aún me mantengo fiel a mi ausencia de fe y a la negación de lo divino –y más aún de la jerarquía que lo mantiene–. Pero valga este pequeño inciso como otra anécdota más de las muchas que tuvo el viaje.

Después de tanto caminar, se hizo necesario un refrigerio, así que haciendo valer el consejo que vimos en EnRoma, nos dirigimos a comer la mejor pizza de Roma, en la pizzería La Montercarlo.
Sin tiempo de hacer sobremesa, nos dirigimos corriendo al hotel, pues a las cuatro salía un autobús alquilado para llevarnos a conocer los secretos de la Roma antigua y renacentista. Así fue como, con visita guiada, nos vimos de pronto imaginando combates de gladiadores en la arena que antiguamente cubría el Coliseo. Decir que es sencillamente majestuoso. Después de varias visitas más, finalizamos la tarde y comenzamos la noche con una visita privada al Museo Capitolino, para rematar con una cena –también privada– en una de las terrazas del museo –Terrazza Caffarelli–, desde la cual, la vista sobre Roma es sobrecogedora. En la cena, siempre amenizada por un cuarteto de músicos que tocaban una mezcla entre jazz y soul, nos encontrábamos 38 personas de 30 nacionalidades diferentes!, un dato que al menos no dejará a nadie indiferente.
Para finalizar el día, después de regresar al hotel, decidimos salir a tomar algo por el Campo de Fiori, preciosa plaza muy concurrida tanto por el día como por la noche. Pero finalmente no alargamos demasiado la salida, puesto que a la mañana siguiente había que madrugar… nos esperaba un curso de cocina.

Después de saludar al Dalai Lama, ilustre inquilino también de nuestro hotel, nos dirigimos hacia las afueras de Roma, a preparar Bombolotti alla amatriciana, Saltimbocca alla romana y Torta caprese, que fueron los tres platos (primero, segundo y postre) que nos enseñaron a cocinar en la escuela GamberoRosso Città del gusto. Es una verdadera escuela de cocina, muy reputada, en la que imparten cursos, tienen un programa de televisión, etc. Sólo las instalaciones ya son dignas de mención. Y fue en sus cocinas donde los 38 parroquianos de la noche anterior nos comenzamos a llenar las manos de harina, tomate, cebolla, chocolate, huevo,… para preparar los platos que luego habrían de servir para llenar nuestros estómagos. Otra experiencia que resultó ser increíble, a pesar de parecer algo tan simple.

Y después de beber, cocinar, beber, cocinar de nuevo, comer y seguir bebiendo, volvimos de nuevo al centro de Roma –afortunadamente, en autobús– para rematar el día y dar por concluido así este inolvidable fin de semana. El Foro Romano, el Circo Máximo, el Jardín de los Naranjos, la Piazza de Spagna y la Piazza del Popolo nos esperaban. Terminamos a eso de las siete de la tarde en la puerta del hotel, en la que un minibús nos llevó, como si de un rally se tratara, hacia el aeropuerto. Allí cogimos el vuelo de vuelta, tras el cual un taxi me dejó casi en la puerta de mi casa –ups!, el único fallo que ha habido en el fin de semana, por lo del casi. Aunque admito que fue gratificante bajarse del taxi tan solo diciendo Bonsoir mientras veía cómo el taxímetro marcaba 70 €–.

Lo jodido fue cuando, después de abrir el portal, subir en el ascensor y abrir la puerta de mi casa, contemplé el triste panorama de vivir en un pequeño estudio que en toda su extensión no cubre ni tan sólo la mitad de una de las plantas de la suite en la que me desperté precisamente esa misma mañana. Qué jodido, repito, me sentí cuando volví a darme cuenta de cuál es la realidad.

Pero amante como soy de los cuentos, soñando quise terminar el día. Y así fue cómo, mirándome los pies y creyendo imaginar que había perdido un zapato, entré en mi humilde casa pensando en lo bonito que sería si yo fuera Cenicienta…. bueno…mejor dicho…, Ceniciento.