lunes, diciembre 04, 2006

Tienes un em@il

Vuelvo a tener un virus. Otra vez. Bueno, en realidad es mi portátil, pero en esta sociedad informatizada en la que vivimos, en la cual este cacharro lleno de teclas se ha llegado a convertir en un apéndice más de nuestras extremidades superiores, bien puedo asumir en mi persona física, animada, humana y mortal, la molesta infección. Molesta y repetitiva, porque según mis queridos asesores de la Cellule Abuse de Orange, ya es la tercera vez en menos de cuatro meses.

Resulta que yo, o mejor dicho, esa parte de mí, autopensante, que vive en simbiosis con las yemas de mis dedos se dedica en su tiempo libre a enviar correos electrónicos a desconocidos. Mis amigos de Orange me dicen en un frío e impersonal mensaje, que ciertos usuarios –que realmente no son más que personas humanas, como tú y como yo– se han quejado en alguna ventanilla de reclamaciones virtual de que reciben correos no deseados de parte de un servidor –de un servidor, me refiero de mí, no de un servidor-máquina... humanicemos un poco la historia–, y que debo hacer algo al respecto pues al parecer, además de tocar la narices a unos cuantos, también vulnero la ley.

Una vez que he superado el desánimo inicial provocado por esa reclamación, queja, fastidio o lamento que suscita recibir un correo de mi parte, me da por retrotraerme al pasado y comenzar a recordar la emoción que le embargaba a uno cuando en esa época previa al spam veías en tu buzón de correo un nuevo mensaje. En esa época no existía el correo no deseado. Todo mensaje era bien recibido. Tanto las buenas como las malas noticias. Lo importante era que alguien te considerase lo suficientemente trascendente como para enviarte algo, aunque fuesen tres palabras –Hola, ¿cómo estás? o ¡Lamadre quete parió!–. El mismo fenómeno, aunque más salvaje, más a lo bestia, ocurrió poco después con los sms de los móviles. Pero el correo siempre ha sido más romántico que el sms, al menos en sus inicios, cuando, como digo, ningún mensaje era mal avenido.

Mi primera dirección de correo electrónico la tuve en 1997, en la universidad. Ya sé que no fui un pionero, pero dicen que nunca es tarde para subirse al carro, o ya que hablamos de nuevas tecnologías, al cohete –y si no, ahí tenéis a mi madre, en su segunda juventud, manejando el Outlook como un piloto de la NASA–. Me acuerdo que en esa época, nadie te pedía el email y al que lo hacía, le tomaban por fumao:

–Oye, tío, ¿me das tu email?
–¿...lo qué?
–Tu email
–¿Mi imail?
–Sí, joder, tu emilio
–Tío... que yo me llamo Javier...

La cosa se empezó a poner fea cuando la apertura de una cuenta, más que una cuestión puramente personal y liada al entretenimiento, pasó a convertirse en un imperativo impuesto por las sociedades deshumanizadoras, renuentes a todo contacto íntimo con seres inferiores:

–Yo venía por lo del anuncio de empleo...
–Sí, claro... A ver, piltrafilla, dígame su email y ya nos pondremos en contacto con usted.
–¿Mi...mi... email?
–Sí, su correo electrónico… porque tendrá uno, ¿verdad?
–Ehhh... sí, sí, por supuesto... pe-pero es que precisamente vienen de cambiarme al cartero y el nuevo aún no se conoce bien el barrio...
–¡El siguiente!

En sus relativamente pocos años de historia, el correo electrónico ha servido a multitud de causas cuyo afán recaudatorio, informativo, acusatorio, preventivo, difamatorio o lucrativo, no podría haber saciado su hambre ni su sed sin tener al alcance un medio tan eficaz y tan eficiente como ha resultado ser el email.
Pero lo más importante de todo, es que ha permitido al mundo ponerse en contacto, comunicarse. Porque no hay que olvidar que, aunque uno podía fácilmente llamar a un colega por teléfono o bajar dos pisos más abajo para comentarle al vecino del segundo lo buena que estaba la vecina del quinto, la distancia, la falta de omnisciencia, y las tarifas de La telefónica impedían siempre a los habitantes del planeta Tierra conocer qué había más allá de nuestro horizonte cotidiano. Y aunque en las distancias cortas el sms le haya quitado protagonismo, yo sigo prefiriendo un te quiero mucho, más que la trucha al trucho que un t kiero mcho,+ k l tcha al tcho. Cuestión gramatical, supongo.

Me gustaría compartir esta reflexión con los usuarios que se quejan por recibir correos enviados por mi otro yo, el simbionte que habita más allá de mis dedos, pero mucho me temo que si les envío este mismo artículo, a pesar de la buena intención que sin duda hubiera puesto al hacerlo, lejos de recibir la respuesta de una posible Meg Ryan al más puro estilo Tom Hanks, mis queridos amigos de la Cellule Abuse de Orange no tardarían en hacerme llegar, antes de volver a cortarme la conexión, un nuevo correo de no muy agradable Asunto: 4ème alerte pour envoi de courrier non sollicité

Oye, al menos estará en francés, que quieras que no... algo de rudeza le quita.