viernes, marzo 30, 2007

Comer en París: Consejos

París es una fuente inagotable de recursos gastronómicos, como bien apunté en uno de mis primeros artículos en este blog. Existen multitud de influencias, con orígenes que se remontan a los cinco continentes. De entre dicha multitud, hay algunas cocinas cuya presencia destaca sobre las demás en cuanto a número de establecimientos. Me refiero principalmente a las antiguas colonias del norte de Africa y del Sudeste Asiático. Pero ojo, ya sabemos que hablar de cantidad no es lo mismo que hablar de calidad (es a lo que se aferran algunos cuando se hacen mayores y hablan de sexo...).

Por otro lado, es evidente que cada país tiene unas costumbres propias en lo que al acto de comer se refiere. Concretamente estoy apuntando a las costumbres que van asociadas a comer fuera de casa, en un restaurante o similar. A veces nos pensamos que en todas partes será igual, que la manera de proceder será la misma o al menos cercana, pues al fin de al cabo tan sólo se trata de llenar el buche, ¿no?. Pues bien, esa similitud o cercanía dependerá de tu lugar de procedencia, y no hablo sólamente del país.

Por tanto, consejos se pueden dar muchos, así que intentaré hacerlo desde la perspectiva de un madrileño amante del buen comer, entendido por comer bien aunque no mucho, con cierta dosis de pragmatismo y al que no le gusta el queso.

1.- Horarios de comidas. Si vas a estar por la zona turística, los horarios no serán mayor problema, se adaptan. Pero si quieres comer en sitios más autóctonos o más alejados del centro, el que tendrá que adaptarse serás tú. Aquí comienzan a comer a las 12:00 de la mañana (estos franceses aún no saben lo que es el segundo desayuno), por lo que dejan de servir comidas entre las 14:00 y las 14:30. Para la cena, verás mucha gente empezando a las 19:00 (tampoco saben estos franceses lo que es la merienda), por lo que dejarán de dar cenas entre las 22:00 y las 22:30. En realidad, hay que reconocer que los raros somos los españoles, porque en el resto de Europa tienen más o menos los mismos horarios. Pero bueno, si somos como somos es porque nos sale de los huevos, o no?.

2.- Mucho ojo con pedir bebida en los restaurantes. Si bien los precios de la comida son relativamente ajustados, los de la bebida son indudablemente de otra galaxia. El margen que sacan con una simple cerveza o con un pequeño vaso de vino es escandaloso, por no decir insultante. Lo del vino es realmente triste, pues a consecuencia del precio no he tenido la oportunidad de conocer uno de los productos internos que goza, se supone, de más prestigio. Te ponen la excusa de los elevados impuestos que gravan las bebidas alcohólicas, pero cuando te cobran 3 euros por una caña servida en una mesa en la que te tienes que dar de codazos con el vecino, cuando en la barra te cobran 2 por la misma, la teoría de los gravámenes se sostiene con alfileres.

3.- Enlazando con el anterior consejo, no tengas ningún reparo en pedir una jarra de agua para comer o para cenar, por muy guapo o exclusivo que sea el restaurante. Todo el mundo lo hace. Está generalizado y muy extendido. En algunos sitios te la traen directamente. Pero no te preocupes, ningún camarero te mirará mal si la pides. Se dice garrafe d'eau y se pronuncia más o menos como "cagaf dó". Si te limitas a pedir agua (de l'eau o la variante inglesa water), seguramente te traerán una botella de agua mineral con gas y te clavarán, claro, porque dime si una botella de un litro a 4 ó 5 euros no es una clavada (recuerda que hablo siempre de restaurantes de nivel medio o medio-bajo).

4.- Aquí no se lleva eso de primero + segundo + postre. Lo normal es una entrada + un plato principal o bien un plato principal + postre. Cuando hablo de entrada, se refiere a un pequeño plato o una pequeña ensalada. No pienses en los macarrones con chorizo o las lentejas con chistorra. También existe la fórmula completa (entrada + plato + postre) pero no suele pedirse a causa del precio (recuerda que hablamos del menú del día). Los platos principales son más o menos suficientes, aunque para estómagos sin fondo pueden resultar poco más que un aperitivo según el sitio. Antes de decantarte por una opción, te aconsejo vigilar las mesas vecinas y llevar a efecto el refrán "donde fueres, haz lo que vieres".

5.- En Francia el café se toma solo. Es un café expresso. Si pides café, no esperes que el camarero te sirva un café con leche, y menos aún que te pregunte que cómo lo quieres. Eso sólo ocurre en España, el único país en el que en una mesa de 10 personas puede haber 9 formas diferentes de tomar el café (la discordante es que toma té). Si pides un café con leche no hace falta que levantes las manos y chasquées los dedos como si llevaras castañuelas, pues se trata de un café au lait ("a la leche") aunque se pronuncie café...¡olé! Éste te lo sirven generalmente en taza grande. Esto es ciertamente positivo de cara a un desayuno, pero después de meterte un entrecôte con patatas puede ser algo abusivo. Prueba a pedir en ese caso un café créme, que por lo general lo ponen más pequeño. Para el cortado de toda la vida, pide un café noisette (nuasset). Ahora que lo pienso, jamás he pedido un café con hielo; no me extraña, con este frío... Saca una foto de la cara del camarero en caso de que hagas la prueba.

6.- Para pedir la cuenta basta con l'addition, s'il vous plaît ("ladissión, sil vu plé"). El servicio está incluido en el precio, así que en cuanto a tema propinas, es igual que España, a tu discreción. Hombre, también sabiendo que 50 céntimos en Madrid no valen lo mismo que en París. Pero bueno, no hay que sentirse obligado a nada. Si quieres, dejas, si no, no.

7.- El IVA. En general todas los restaurantes presentan la carta con el IVA incluido. En el caso de que no sea así, mucho ojo, porque en Francia está fijado a poco más de un 19% para todo lo que es restauración. Comparándolo con el poco más de 7% español, tu cartera notará la diferencia.

8.- Si te apetece comer una crêpe en un puesto que sirve a la calle y que tanto abundan en las zonas más turísticas de la capital, no te prives, están buenas y entran bastante bien en los días que hace frio (es decir, casi todos los días). Yo la suelo pedir de Nutella (la nocilla europea), pero sobre gustos ya se sabe... Y no pienses que son tan baratas, pues los márgenes que sacan son brutales comparados con los costes reales de producción.

9.- Un concepto que abunda en París es el de los traiteurs, que traducido viene a ser algo así como establecimientos de comida preparada. Los hay de muchos tipos, pero los más tradicionales me recuerdan un poco a los puestos de venta de pollos que además te venden también otros tipos de platos. La idea es la misma, pero algo más elaborado. De entre todos ellos hay un tipo que destaca más que el resto, por el número de establecimientos que existen: son los traiteurs asiáticos. Por lo general son salones pequeños con largos escaparates en los que presentan todos los platos que ofrecen. La comida se vende al peso o a la pieza, para consumir sur place (en el sitio) o à emporter (para llevar). Son soluciones de urgencia (sobre todo los asiáticos), bien porque no tengas tiempo de buscar otro sitio o bien porque comes fuera de horarios. Como todo en esta vida, hay que saber elegir, aunque todos son más o menos de la misma calidad.

10.- Por último: si te entran ganas de comer un kebab... joder, vas a poder hartarte. Garitos de kebab hay más que hormigas en un hormiguero. Si te vas a Montreuil, al este de París, podrás ver calles que son un auténtico homenaje al rollo de carne (?). El secreto está en saber elegir el buen sitio, cuestión nada sencilla, porque hay mucha pero que mucha mierda. Si quieres un poco más de autenticidad a la hora de degustar (?) este tipo de comida, te recomiendo que vayas a la rue Faubourg St Denis. En fin, todos lo hemos hecho alguna vez, por ser prácticos. Pero ojo con los abusos, lo digo por tu salud.

martes, marzo 27, 2007

Visitar París: lo ineludible en un fin de semana

Con el motivo de la visita de Jesús y Lourdes, tuve la responsabilidad (adquirida gustosamente, por cierto) de estampar en un correo unas pocas sugerencias que les sirvieran de ayuda para su periplo de fin semana en París. Y hubo que hacerlo así porque desgraciadamente no pude servirles de guía al encontrarme de cuerpo ausente.

Aprovechando la oportunidad, y gracias a no haber renunciado a los derechos de copyright, he aquí que me he propuesto comenzar una pequeña serie de artículos que, lejos de pretender hacer una guía de visita de París, serán más bien un intento de reunir un pequeño abanico de posibilidades para aquellos que elijan como próxima escapada pasar un fin de semana en la capital francesa.

Quién ya conozca París verá que no muestro ni propongo nada fuera de lo normal. Tan sólo doy una serie de apuntes sobre los sitios más típicos, aderezados con alguna que otra sugerencia un tanto más personal. Son comentarios prácticos, que nadie espere encontrar los fundamentos de la filosofía Zen en ellos.

En esta primera entrega propongo lo más típico y, por lo tanto, lo ineludible, si vas solamente un fin de semana. Si eres un machaca, puede que seas capaz de ver muchas más cosas en el mismo tiempo, pero ver mucho no significa disfrutarlo. Citando la inevitable analogía que se puede hacer respecto al sexo, no es lo mismo la cantidad de la calidad (y más a ciertas edades...). En las siguientes entregas haré referencias a visitas de más de un fin de semana, daré algunos consejos relacionados con la comida y subiré una lista comentada de restaurantes.

Dado el vasto abanico de posibilidades que ofrece esta ciudad, no me será posible incuirlo todo, así que como se dice siempre, no estarán todos los que son pero sí que serán todos los que estén. O algo así... o no... o qué sé yo...


Preámbulo
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Si estás leyendo esto impreso en un papel, doblado y arrugado, que acabas de sacar de tu bolsillo, quiere decir que has hecho una elección de primera línea: París, la ciudad del Sena, de la luz, del amor... y de un sinfin de cosas más.
No se puede comenzar sin decir que lo mejor de París es París en sí misma. Me explico: París es en su conjunto el centro, el casco antiguo, la ciudad vieja, como quieras llamarlo. Qué mejor manera pues de conocerla que caminar por sus barrios, por los bulevares repletos de edificios haussmanianos, por sus estrechas calles contemplando la anarquía constructiva, por las riberas de La Seine, por sus parques, jardines y rincones ocultos. Innegablemente, es una ciudad para patear.

Imprescindibles
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Hay cosas que si vas a París no puedes dejar de visitar. Son les incontournables:

.- La Tour Eiffel. Siendo lo más tópico y típico de París, no deja de ser lo más impresionante. Para mí es la quintaesencia de la ciudad, junto con La Seine. Eiffel hay que verla de día y de noche. Desde arriba y desde abajo. Te recomiendo primero ir de día, más o menos temprano si puedes, para evitarte las colas. Se puede llegar en metro hasta Trocadero (Linea 9), ver la torre desde la plaza y luego bajar y cruzar el puente para colocarse justo debajo. Acojona. Hacer cola y comprar el billete para la última planta, la cúspide, la cumbre, es algo obligado. Si hace buen día, la vista de la ciudad es increíble. Pero dicen que es la segunda vista más bonita... ¿Que por qué la segunda?... porque en esta vista no se ve... la propia torre Eiffel! Para encontrar una vista panorámica que incluya la torre, habrá que ir a Montparnasse. Es el único rascacielos que hay en París (no incluyo aquí La Défense, un complejo empresarial que está en las afueras). Es un edificio negro que está al sur-este de la torre Eiffel. Allí se puede subir hasta la azotea y comtemplar París, esta vez con la torre. Consejo: hay que abrigarse si no quieres helarte hasta el tuétano.
De noche, es aún más impresionante. Esta vez te recomiendo otro tipo de acercamiento. En vez de ir hasta Trocadero, vete hasta La Place de la Concorde, donde está el obelisco que Napoleón se trajo de Egipto. Desde esta plaza, coge camino justo en la ribera derecha del río y ponte a andar en dirección hacia la torre paseando por los muelles. Después de un rato viendo barcos, el camino os obligará a remontar de nuevo hacia arriba, hacia la calle, creo que a la altura del Pont d'Alma, porque los muelles se acaban. Pasarás al lado de la Flamme de la Liberté: una réplica de la antorcha de la Estatua de la Libertad de N.Y. Está justo encima del puente donde se mató Lady Di. Sigue caminando hacia "la luz", hasta que llegues al puente a la altura de la torre. Todo este paseo hay que hacerlo ya de noche, y podrás ver Eiffel a lo lejos completamente iluminada. No la perderás de vista en ningún momento. Hay que prestar atención cuando el reloj marce la hora en punto: durante diez minutos la torre cobra vida. Así cada hora.

.- Notre-Dame de Paris. A punto de ser destruida en el siglo XIX, abandonada a su suerte, y salvada por Victor Hugo, esta cathedrale tiene mucho de magia y más de cuento. Es bonita, pero más por detrás que por delante. Por dentro se ve muy reformada. Están bien los tres rosetones que tiene, pero poco más se puede decir. Particularmente, catedrales en España que superen a ésta en cuanto a belleza, historia y solera, hay unas cuantas. Si quieres fachadas vete a ver la de Santiago, para vidrieras la de León, para historia la de Toledo, para tamaño la de Sevilla, etc. Te la vas a encontrar petada de peña, casi seguro. Yo creo que es la única catedral en la que hace más temperatura dentro que fuera. Rebosa verdaderamente de calor humano. Si quieres esperar cola para subir a las torres, allá tú, pero creo que por el precio y por la cola no merece demasiado la pena.
Lejos de querer desmitificar tamaño monumento, tan sólo pretendo darte una visión más pragmática aunque desgraciadamente sea menos romántica.

.- Musée du Louvre y alrededores. Respira, aún no he dicho que haya que entrar. El museo hay que verlo al menos por fuera, y visitar los dos patios que tiene, el grande con la pirámide y otro pequeñito. Si eres amante de los contrastes, te propongo repetir la visita de noche. Desde el patio grande podrás apreciar la inmensidad del museo, es decir, que es la hostia de grande, vamos. Una cosilla: colócate frente al pequeño arco de triunfo que hay en la plaza y mira a través del arco. Podrás ver el alineamiento perfecto que hay entre ese arco, el obelisco de La Concorde, el Arco de Triunfo de la plaza Charles de Gaulle-Étoile y, aunque es difícil de apreciar, el Arco de la Défense (un edificio con forma de arco que está en la explanada de la Défense, en las afueras de París. Es impresionante, pero con sólo un fin de semana no te recomiendo que vayas a verlo).
Si decides entrar, cosa que te diría que lo meditases bien en una visita de un fin de semana, al menos vete a ver La Mona Lisa, por no salirte de lo típico. Lo de que te lo pienses un poco es por el hecho de lo mucho que hay que ver. El museo es enorme, pero enorme de verdad, y como te lies, se te escapa el día sin que te enteres.
Ya que estás, puedes darte una vuelta por Les Jardins de Tuileries. Bonitos jardines que te llevarán hasta la Place de la Concorde, que es para mí una de las más guapas que hay en París, al menos, impresionante. En ella encontrarás el Hotel Crillon, el que dicen que es el más exclusivo y caro de París. Y justo al lado, subiendo la rue Royale hacia La Madeleine, verás Maxim's. Tengo entendido que ya no es lo que era, pero yo me asomé una vez a ver dónde tenían el menú del día y no fui capaz de encontrarlo.

.- Montmartre-Sacré Coeur. El barrio de Amelié es uno de los imprescindibles, sin duda. Para comenzar el paseo, una de las alternativas es ir hasta el metro Pigalle (Líneas 2 y 12). Vete caminando por el Boulevard de Clichy. A lo mejor las féminas no disfrutan tanto, pero ciertos caballeros podrán sentirse ciertamente en la gloria. Decenas de puti-clubs, salas de strep-tease, barras americanas, sex-shops, cines X, harán la delicia de pervertidos y enfermos del sexo (si es que se puede estar enfermo de eso...). Yendo por la acera de la derecha, pasarás por delante de la puerta del museo del erotismo. Si aún la mantienen en el escaparate, verás una silla muy especial. Un poco más adelante, llegarás al mítico cabaret de Moulin Rouge. Si tienes una cuenta corriente saneada y no eres pariente del tío Gilito, posiblemente querrás disfrutar del espectáculo mientras degustas una sabrosa cena. En ese caso, cuéntame qué tal, porque a mí me falla el primer requisito. Después de las fotitos de rigor, coge la calle que sale justo a la derecha del Moulin, hacia arriba, la rue Lepic. A media cuesta, en la acera de la izquierda, encontraréis el bar donde Amelié ejercía el oficio de camarera: Les Deux Moulins. Está algo cambiado desde la película, por ejemplo no tiene el estanco, pero es el auténtico, fijaos en la entrada al baño y al teléfono. No os recomiendo que os toméis nada, salvo que realmente queráis satisfacer una ilusión, pues los que lo llevan practican la antítesis del trato afable. Sigue la rue Lepic en su sinuoso ascenso a la colina de Montmartre (cuidado, no pierdas la calle. Un mapa en estos casos suele ser útil). El final de la rue da en la cima de la colina, en el barrio de los artistas. Tiene mucho encanto, pero sobre todo cuando el frio del invierno desanima a los turistas a invadir sus calles. La placita es una pasada, pero hay veces que hay tanta sobrecarga de visitantes que se come la magia. Desde la plaza, vete hasta la Basílica del Sacré-Coeur. Supongo que si has sido observador, ya la habrás visto desde cualquier otro punto de París. Se puede entrar, pero es más impresionante por fuera. Disfruta de la vista de París desde el mirador... Luego, o bajas por las escaleras del parquecito, las mismas que con celeridad subía Nino Quincampoix buscando encontrar a la mujer misteriosa, o bien vuelves a la plaza y sales por uno de sus extremos para terminar dando con unas escaleras que bajan y bajan.

.- La Seine (o el Sena). Puede parecer algo de turistas, pero te aconsejaría que hicieses un viajecito en uno de los Bateux Mouches. Tienes una visión de la ciudad completamente distinta, y te aseguro que merece la pena. Yo prefiero por la noche, pues por lo general los barcos llevan unos potentes focos con los que van iluminando las riberas a medida que van pasando. La vista es realmente espectacular. Hay quién lo prefiere de día, pero ya te digo, yo me quedo con la noche, como pájaro nocturno que soy.

Y hasta aquí por hoy. Próximas entregas: Comer en París: consejos. Visitar París: más allá de un fin de semana. Comer en París: dónde y qué.

viernes, marzo 16, 2007

L'Anniversaire

Anteayer hizo un año exacto del comienzo de mi aventura expatria. Corría el 14 de marzo del año 2006 cuando me embarqué rumbo a las Galias, con un coche lleno de ropa y algunos libros, un francés escaso (demasiado escaso como bien pude sufrir y sigo sufriendo), sin la más remota idea de lo que iba a ser de mí y con una ración de miedo tan sólo superada por las ganas de vivir una experiencia como hasta ahora nunca había vivido (bueno... en realidad no era la primera vez. Yo era muy pequeño cuando... pero esa es otra historia).

El desembarco no fue fácil. Las circunstancias de partida no fueron las más propicias para un cambio de tal calibre, aunque se contrarrestaron en parte gracias a la ayuda de mi demi-orange (válgame la expresión para dar un toque français) y por el poco tiempo y esfuerzo finalmente invertidos en la búsqueda de un curro nada mal pagado que me permitió vivir en una ciudad tan poco altruista con el ocio como es París.

Al igual que ese pequeño gran emperador de origen corso que tanto nos dió por culo allá por los comienzos del siglo decimonoveno, yo también fui desterrado (aunque de manera voluntaria). Curiosamente, mis posaderas hallaron sitio en los mismos bosques que antaño el enano ilustre utilizase como jardín privado. Es obligado apuntar que el tamaño del chalet o château en el que reposaba el gachó le iba a la zaga en cuanto a extensión se refiere. Jodido fue el destierro, jodido, duro y solitario. Porque no siempre basta estar con gente para dejar de sentirte sólo.

Pasado el invierno, una vez que ya pude quitarme el abrigo, los guantes, la bufanda, los leotardos, las camisetas termolactil (la de manga corta y la de manga larga) y los gallumbos largos, es decir, allá por mediados del mes de junio, comencé a buscar un sitito, un rinconcito en forma de apartamento (apartamentito) en la bella París. No fue tarea sencilla, pues estaba el objetivo de no convertirme en un puriempleado artista callejero para poder pagarme une pression o como llamen aquí a una variante de la caña de siempre. Por fin, instalado el octavo día del mes de julio en un modesto (modestito) estudio, descansé.

Yo seguía sin entender una palabra de cada dos y sin saber pronunciar media de cada una, pero ahora estaba en la ciudad del Sena, o mejor, de la Seine, que así, dicho en femenino, le pega más. Grandiosidad, belleza, historia, cultura...(magia, duende, poderío, saber estar... jodido JL Moreno...). Todo eso y unas cuantas cosas más es París. Pero también tiene su Lado Oscuro, como La Fuerza. Gris, fría, antipática, distante y cara, coño, cara de cojones.

Respecto a sus gentes...la parte positiva ha sido la multiculturalidad. Siempre he pensado que Madrid era multicultural, pero en esto de las razas la capital castiza está en pañales. En la antigua Lutecia hay una auténtica diversidad de colores de piel, rasgos, vestiduras, credos y lenguas. Hablan de Londres como ejemplo, pero París no debe de andar lejos de la ciudad de la niebla.
Sin embargo, como no podía ser de otra forma, si decimos que París tiene Lado Oscuro indudablemente es que habrá Lores Sith. Pocos franceses he conocido, sean parisinos de origen o de adopción, con los que haya podido entablar una conversación más allá de lo estrictamente necesario para el encuentro profesional.
He caminado kilómetros y kilómetros, he contemplado los mismos monumentos cienes y cienes de veces, he visto los relejos de las aguas del Sena al amanecer, al mediodía, al atardecer y al anochecer, casi he terminado de contar las bombillas de la torre Eiffel, he comido crêpes saladas y dulces, he saboreado el fondant au chocolat, he comprado pan (deporte parisino), he disfrutado de las visitas recibidas, he hecho Kung-fú... joder, si hasta he estado en un cementerio, coño. Pero en lo tocante a amistades, me llevo en la mochila un número escaso, aunque internacionales, eso sí. La multiculturalidad como aliada ha hecho que argelinos, marroquíes y vietnamitas hayan sido mis referencias en cuanto a trato personal se refiere. Benditas ex-colonias.

Al final, hastiado del frio y la frialdad, del color gris, de la lejanía y de los kilos de más por el sedentarismo impuesto, me decidí a cambiar de aires no fuese a ser que yo también cayese en las garras del Lado Oscuro, que ya sabe que todo lo malo se acaba pegando antes que lo bueno y al final cuesta más quitarlo.

Y heme aquí, después de un año y tres mudanzas, que comienzo una nueva etapa en esta aventura. La última,espero. Buscando latitudes más cálidas y acogedoras (le pese a quién le pese), he terminado recalando en Tolosa de Francia (Toulouse), ciudad antaño refugio de españoles, expatriados éstos de forma forzosa por las hordas franquistas. Aún es pronto para emitir un juicio, pero de momento al menos hace sol, coño, que algo es algo.

Ahora ya sólo me queda marcar una fecha en mi calendario, una fecha que indique el regreso a casa, le retour. Será una fecha posiblemente navideña, por lo del paralelismo turronero. Y una vez puesta la cruz... ya sólo será questión de ponerse a descontar los días...

viernes, marzo 09, 2007

Ella se lo pierde

Hoy es mi última noche en París. Y como no podía ser de otra forma, con una puta gripe gestándose en mi interior. Pensaba que iba a sentir algo más de nostalgia, un punto de tristeza por dejar esta gran ciudad. Pero no. Tal vez a consecuencia del posible virus que aparte de tocarme los huevos, me hace toser. O tal vez porque a fin de cuentas, como un can vilipendiado y maltratado por un dueño sin escrúpulos, no puedo sentir más que respeto y un cierto cariño forzado.

No todo ha sido malo, claro que no. Pero las expectativas eran tantas, que la realidad ha resultado descorazonadora. Me quedo con lo bueno, como siempre se dice, pero siendo consciente de las decepciones sufridas. Echaré de menos varias cosas, pero tampoco muchas, pues nunca he llegado a sentirme como en casa. Ella se lo pierde. La próxima vez que venga, será de visita. A ver si entonces siento menos frío del que he sentido durante toda mi estancia aquí. Porque ésta ciudad se parece condenadamente mucho a un congelador. Y así son sus habitantes, unos jodidos cubitos de hielo. La única duda que tengo es saber qué fue antes... si el huevo o la gallina.

Adios París, au revoir Paris. Salgo a comprar tabaco y volveré tarde. No me esperes levantada...