miércoles, septiembre 27, 2006

Ya no sólo el idioma es un problema...

En una película japonesa que vi el otro día, salía una escena en la que se ve a una chica que está tecleando en un ordenador mientras aparecen en la pantalla –su pantalla– unos extraños caracteres. Son los caracteres de la escritura japonesa. Así, a bote pronto, parece que no tiene ninguna importancia, pero hoy, cuando salía del trabajo, me he puesto a pensar en las escrituras, más concretamente en los diferentes juegos de caracteres que existen y, por ende, en los distintos tipos de teclado, y me he vuelto a acordar de la escena. De pronto me he visto en la situación de tener que redactar un documento con uno de esos teclados llenos de aquellos caracteres, que tienen una estética fascinante, pero que para mí, un iletrado del japonés, son garabatos ininteligibles. Y eso lo dice uno que tiene una letra que a veces no hay dios quién la entienda… ni siquiera yo mismo.

Me acuerdo cuando llegué el primer día a la oficina, en mi empresa de aquí, de París. Yo iba con mi portátil, porque me imaginaba que no tendrían aún preparado el que me da la empresa –mejor dicho... que me presta–. En un momento de la mañana, me acerqué al puesto donde estaba mi jefe para ver unas cosas, y… tate!, ¿de qué es de lo que me dí cuenta?, pues de que ya no me acordaba que los teclados de los ordenadores en Francia no son como los normales. Me refiero como “normales” al tipo de teclado que he usado toda la vida… Pero claro, luego caí en la cuenta que es la primera vez que salgo a trabajar fuera de España. Cosas de ser español… en fin… Aunque es cierto que también estos franceses son la hostia… utilizar un teclado AZERTY, cuando en todo el resto del mundo –salvo los japoneses y algunos otros freakis– se usa un QWERTY. ¿Será por llevar la contraria a los yankis?
Y se me planteó un problema, claro:
–Joder, y yo que siempre he vacilado de tener más de 300 pulsaciones por minuto…Ahora voy a escribir a paso de burra, ya no podré vacilar, ya no podré ligar, ya no podré f...bla, bla, bla….

Hice un pequeño intento de encargar un portátil con un teclado que fuese más acorde con mi... nacionalidad, pero no hubo mucha suerte:

[Versión traducida]
–Hola…
–Grrrrrrrrrr…..hola –me respondió uno de Sistemas, Mr. Sympathy 2005
–Mira… es que… acabo de entrar… y… bueno… soy español…
–¿Y?
–….sí….que quería saber si… era posible pedir un portátil QWERTY
–¿Commooooorrrrrr?
–…sí, hombre…ya sabes, un teclado normal, Q-W-E-R-T-Y
–No….Grrrrrrrr….
–Vale…gracias (…cabrón…)

Así que, tres días después me vi con un portátil sobre mi mesa, con un teclado totalmente desconocido para mí, preguntándome qué coño había hecho yo para merecer semejante regalo. Imaginaos la estampa: yo, recién llegado a Francia, sin tener prácticamente ni puta idea del idioma, escribiendo la parte técnica de una propuesta comercial en francés y con teclado AZERTY. El proyecto no salió, claro. No sé si alguien todavía se preguntará por qué...
He de confesar que luego he visto que no era para tanto, aunque aún a veces siento como si tuviera un par de muñones en el lugar de las manos.

Pero ha sido hoy, al pensar en la escena de la película del otro día, cuando me he dado cuenta realmente de lo afortunado que soy. No quiero ni imaginarme qué hubiera sido de mi vida si en vez de un teclado AZERTY me hubieran puesto uno lleno de garabatos japoneses, chinos, cirílicos, hebreos, árabes, hieráticos, demóticos o élficos… A buen seguro que hubiera rogado, mendigado, pedido a gritos y hasta matado... por conseguir un teclado en cristiano... y eso que soy ateo!

lunes, septiembre 25, 2006

El pequeño saltamontes (I)


No es fácil practicar deporte en una ciudad como París. Al menos es la impresión que yo tengo. Bueno, quizá me he dejado llevar por mi frustración y he generalizado demasiado. Tal vez tendría que reformular la afirmación: no es fácil practicar los deportes que me gustan en una ciudad como París. Así está mejor. Ahora es una afirmación más justa —para París—.

Mi problema es que no puedo correr ni puedo jugar al squash. Para evitar malvadas conjeturas acerca de un posible aburguesamiento de mi persona, decir que, a pesar de que el squash ha sido siempre un deporte injustamente relegado al papel de mero entretenimiento concebido por y para el disfrute del hoy ya arcaico mundo yuppie, éste es un deporte realmente interesante. Conjuga diversión con habilidad y una más que notable exigencia física. Estoy tentado de hacer una comparación con el pádel, pero me la ahorraré, no vaya a ser que el antiguo presidente del Gobierno —uno enano y con bigote— dicte una fatwa contra mi persona y tenga que exiliarme en Cuba.
Decía que no puedo jugar al squash, porque aquí en París aún deben de creer que sólo juegan los yuppies. Los precios del alquiler de la pista son prohibitivos. Pero es que correr tampoco es fácil. Y no es que yo sea un tipo especialmente delicado, pero si corro en asfalto tengo tendencia a sufrir periostitis. Ya me pasó el año pasado, y también este año, en Abril. Es por eso que necesito un parque —por lo caminos de tierra, se entiende—. Y aquí no tengo ninguno cerca. Si a eso le añadimos que en esta zona llueve día sí, día no, jodido estoy también, pues, con el tema del atletismo.

Pero como uno no ha de dejarse nunca vencer por estas pequeñas adversidades, y sintiendo que ha crecido en mí un deseo de encontrar la paz interior y la armonía en el universo espiritual, creo que voy a intentarlo con el Kung-fu.
La semana pasada ya tuve mi primer acercamiento a este milenario arte marcial chino. Bebí de las enseñanzas de mi maestro, y, mientras apalizaba a un pobre adolescente, noté cómo mi espíritu se elevaba a un plano supraterrenal. Lo jodido fue después, cuando me tocó con un tipo que tenía los ojos azul celeste —uno mirando al este y el otro... pal’oeste— Hizo que mi espíritu volviese a la tierra de donde salió, pues no hay nada más chungo que adivinar por dónde te va salir un bizco.

Siendo positiva como lo fue, la experiencia, este fin de semana me dirigí animoso a una tienda de deportes con el objetivo de adquirir todo el material necesario para la lucha cuerpo a cuerpo. Si os preguntáis qué tipo de cosas son necesarias para estos menesteres, aquí os muestro una lista.

.- Guantes. De boxeo, no de lana.
.- Zapatillas de Kung-fu. De las de toda la vida, no sé cómo explicaros.
.- Kimono de Kung-fu. Con un pantalón del chándal y una camiseta, se combate igual.
.- Protecciones para tibia y empeine. En una patada lateral o voladora son bienvenidas por ambos lados, tanto atacante como atacado.
.- Coquilla. Los eunucos pueden prescindir del artilugio.
.- Protector dental. Aconsejable visto a cómo va el precio de las ortodoncias.

Como anécdota, tengo que contar que cuando fui a coger la coquilla, me di cuenta de que sólo había dos tallas, la S y la XL.

—Coño —me dije— ¿Y ahora cuál cojo? —mientras miraba si había una M o una L

Evidentemente, como cualquier hombre, en caso de duda habría cogido la XL, por supuesto. Pero debo decir que en este caso, Claudine me echó un cable

—Cariño, tú usas la XL

Con el orgullo a tope y sacando pecho cuál gallo de pelea, eché mano de una coquilla XL, mostrando a la concurrencia mi elección —Luego me di cuenta que la S es para junior y la XL para senior. Pero bueno, al menos tuve mi momento de gloria—.

Esta misma semana certificaré mi adhesión al club. Estoy impaciente por empezar. Pero creo que de momento sólo me apuntaré un mes, no vaya a ser que en uno de estos combates que se hacen de entrenamiento, algunos de estos flipaos que siempre intentan emular a Bruce Lee, me meta un meneo que me haga ver que la coquilla no es más que una defensa... psicológica.

jueves, septiembre 21, 2006

I'll be back

–Ha sido la Hostia

Podría extenderme un poco más, engrandecer la sonoridad empleando auxiliares y/o aumentativos –la puta hostia, el puto hostión–, engalanar la frase con adjetivos operísticos –maravilloso, divino, grandioso, sublime–, describir con verbos reflexivos –de morirse, de partirse, de cagarse–, o utilizar un poco de jerga –pa’ fliparla, dabuti– . Pero en verdad no creo que ninguna de esos recursos lingüísticos llegase a cubrir en su justa medida el grado de satisfacción que ha supuesto para mí estar los últimos –y escasos– cuatro días en casa. Así que, me quedaré con el simple –pero no insulso – calificativo hostiáceo. Eso sí, la h… con mayúsculas.

Y es que han sido cuatro días sin descanso, sin piedad. Como los de antes. Me acuerdo de esos fines de semana de seis días. Empezaban un martes y terminaban el domingo. El lunes a descansar, que hay que tomar fuerzas para la siguiente tanda. La putada es que ya no estoy tan entrenao’. Y pasa factura. Hoy he sido un zombi en la oficina. Pero eso sí… un zombi feliz.

El viernes y el sábado son días de calentamiento. Bueno, digo calentamiento pero yo siempre intento dar lo mejor de mí, en todos los momentos, en todas las circunstancias. Un par de cenas y una comida, con sus correspondientes digestivos, unas veces en forma de licor de hierbas, y otras bajo el epígrafe de copa, cubata, güiskazo o guan-nais –como bien diría mi colega Rober–. Me llevan a comer a un restaurante nuevo. Es bonito, bonito, por lo bien que se come. Y en la noche del sábado, puedo disfrutar de un ambiente festivo-orquestero, con copazos a 3,50 €, mientras me deleito los oídos con el último éxito de la Década Prodigiosa, El Fary, Chiquetete y Bisbal. Hasta bailo un pasodoble... olé!

El domingo es un día de reposo familiar. Comida en casa de mis progenitores. Comida de las de madre. Cualquier parecido con la escasez, los precocinados o el fast-food, no es ya pura coincidencia, es un hecho que no tiene razón de ser. Para rematar el día, visita y cena tranquila en casa de otros amigos. La hija de ambos se apiada de mí… y me ignora… Sé de buena tinta que es un terremoto. Esa noche acabo pronto en casa y no tardo en caer en brazos de Morfeo. Hay que reponer fuerzas, pues el lunes tengo faena...

Me levanto a las 8:00 AM. Una hora y media más tarde, estoy cogiendo el coche rumbo a Mejorada del Campo. ¿Que qué coño se me ha perdido en Mejorada?... son las fiestas... las fiestas del pueblo del Isma.
A las 11:00 ya estoy desayunando. Un par de huevos fritos con ajito troceado y pimentón me esperan en casa de Santiaga, la matriarca. Riki es el encargado de la sartén y por ende, de los huevos.
–Hay que echar primero la clara y después la yema
Eso me lo explica Riki, mientras le veo ataviado con delantal y unas bolsas cubriendo sus zapatillas de correr.
–Es que el año pasado no veas cómo me puse de aceite
Manda huevos, Riki.

Mientras me ventilo los huevos fritos, Santiaga ya me está pinchando para que pruebe el chorizo. No puedo negarme, pues, aunque me encuentro rodeado por miembros de una familia que no es la mía, me hacen sentirme como si lo fuera. Trincho un par de trozos, a la vez que Ismael comparte conmigo la mitad de otro huevo frito.
–Es que están cojonudos –coincidimos ambos.
A eso de las 12:00, me despido de Santiaga mientras intenta convencerme para que me quede al cocido –en según qué ambientes, se le conoce con el apelativo de cocodo–. De tal madre tal hijo, o viceversa. Pero sabe que tengo otra cita, y por eso no me castiga mucho. Es un encanto.

Con los huevos y los choricitos disolviéndose ya en las profundidades de mi estómago, me dirijo con Ismael, Rosa, Riki e Iris hacia la plaza de toros. Hoy hay festejo, y como paso previo, encierro. Yo me ubico convenientemente detrás de las tranqueras, al calor de una pequeña plancha de donde me ofrecen un buen trozo de panceta. Con un botellín en la mano y la panceta en la otra, comienzo a charlar con hermanas, cuñados, sobrinas, sobrinos... ah!, y con César, Picanuca de pro. Nos vamos haciendo cargo de sucesivos botellines y un kalimotxo, preparado con vino de bota.
–Qué vida ésta – me digo a mí mismo, mientras me ofrecen un trozo de jamón, del que doy buena cuenta

Terminados los toros, nos dirigimos a tomar el vermouth. Allí conozco a un tío, hermano de Santiaga. Creo que en esta familia el gen de la simpatía es gen dominante. Pero también lo es el del liamiento –proviene del verbo liar, aplicable a las personas– ... con sólo dos sorbos al vermouth, Riki ya tiene intenciones de pedirme otro. Para mí es duro el acoso, pues me encantaría quedarme, pero eso impediría que asistiese a mi otra cita del día, y tampoco quiero perdérmela. Ismael ha cumplido su palabra y finalmente me dejará escapar. Si él hubiera querido, yo no habría salido de Mejorada hasta el martes por la tarde. Gracias hermano.

Con media hora de retraso, y después de perderme, llego por fin a mi segunda cita del día. Respecto a donde había estado por la mañana, cambia la forma, pero no el fondo: el mesón de Ortega Cano. Jamón, chorizo y roscas a tutiplén, aderezado con multitud de amigos… y unas cañas, claro. No están todos los que son, pero sí que son todos los que están. Grande es el momento, grande de verdad. Yo cuento y también me cuentan. Hablamos de lo que hubo, de lo que hay y de lo que habrá. No pago un duro. No me dejan. Me dicen que ya pagaré yo cuando ellos vayan a París.
–Coño... cabrones... –es lo único que se me ocurre decir mientras pienso en la cerveza a 4 € de los bares parisinos.

Me despido, aunque a unos pocos sé que les veré un poco más tarde. Patxi, Antonio, Coria, Oscar R. y Mercedes me acompañan en el Wingmirror a tomar las últimas del día. Aunque no somos árabes ni musulmanes, pronto comenzamos a hablar de Alhambras y Mezquitas. No sé qué coño pinta aquí Holanda, pero a veces se cuela también la señora Heineken en la conversación. Somos gente cosmopolita, y eso se nota en nuestras cervezas. Pronto llegan las 22:00, y ya es hora de despedirse. Es lunes.

Cojo el coche dirección Coslada. Es la última cita del día. Mientras como la tortilla y bebo una Coca-Cola Zero, mi madre me dice que me ve más delgado.
–Mamá... –le digo, intentando hacer cálculos de la cantidad de calorías que habré ingerido hoy, tanto por vía sólida... como líquida

El día siguiente es martes. El día de la partida. Tengo la penúltima cita. Una comida, con Carlos. No, no es mi otro yo, es un amigo. Hablamos mucho. Me invita.
–No tendré que invitarte yo cuando vayas allí, ¿verdad? –le digo, mientras vuelvo a recordar la cerveza a 4 €.

La tarde la paso con mi familia. A las 19:00 me llevan al aeropuerto. El avión sale con media hora de retraso, lo que hace que no llegue al apartamento hasta pasadas las 00:00. De camino, pienso en todos aquellos a los que no he podido ver. Cuatro días son casi como un parpadeo.
Cuando por fin entro en casa, veo que la cama me espera. Sólo tengo ojos para ella. Caigo rendido, y, mientras se apodera de mí una embriaguez repentina, con la poca lucidez que el sueño me deja, aún me da tiempo a escuchar algo que sale de mis propios labios:

–Ha sido la Hostia –digo

Con mayúsculas, por supuesto.

martes, septiembre 12, 2006

Contra el timo no hay vacuna eficaz

Hoy leía una noticia en la que se encuadraba a España como el tercer país del mundo –por detrás de Estados Unidos y del Reino Unido– que más ataques de phishing recibe. Phishing… tengo entendido que deriva de fishing (pesca) y de phreaking –que viene a su vez de phone (teléfono) y freak (fanático)–. Con este neologismo se describe la práctica delictiva de suplantar una página de entrada a una banca virtual, o a un lugar de comercio electrónico, o algo similar, con el objeto de interceptar datos sensibles –contraseña de entrada, claves, datos bancarios, etc.– de un usuario. Se llaman sensibles porque si alguien te los roba es como si te dieran una patada en los huevos, y ya sabemos –al menos los varones– que un puntapié en pleno escroto es condición necesaria y a la vez suficiente para que uno se sensibilice al instante y se le salten las lágrimas a borbotones.

El phishing se traduce en algo así como pesca electrónica, que es la forma que han tenido los yankees de llamar a una trampa, argucia, triquiñuela, engaño, ardid o timo, urdido al amparo de las nuevas tecnologías. Los españoles en esto de la pesca siempre hemos estado en la vanguardia. En la pesca…y en el timo. Ahí siempre hemos sido punteros: en el fraude, en la estafa, en el pelotazo…Y sin necesidad de nuevas tecnologías. Es la cultura artesanal que hemos ido heredando durante siglos. Tenemos a los trileros, el timo de la estampita, el del tocomocho, el del Nazareno. Tenemos al Lazarillo y al Buscón. A la Santa Madre Iglesia. A Ruiz Mateos, a Mario Conde y a Antonio Roca. A Gescartera y a Forúm. A Marbella. Y al mercado inmobiliario español, la joya de la corona.

Pero volviendo al tema del phishing, quería contaros que el otro día sufrí uno de estos ataques. Pero afortunadamente, pude ponerme la coquilla a tiempo y lo que podía haber sido un K.O. técnico por colapso genital, tan sólo llegó a una ligera ascensión testicular. El ataque –parece que hubiera sufrido una emboscada con fusiles de asalto y granadas de mortero– me vino desde mi propio portátil. Me explico: tenía un virus, uno de esos que llaman troyanos. Hace una semana, como suelo hacer cada mes, quise consultar on-line la cuenta que tengo en mi banco en España. Después de introducir el usuario y la password, el sistema me redireccionó automáticamente a una página en la que me pedía, para una comprobación de seguridad, las claves de operaciones, esas que tienes que usar cuando quieres hacer movimientos. Me quedé 20 segundos mirando la pantalla, pensando:
– ¿Qué coño pasa aquí?

Pero no piqué en el anzuelo que me puso el phisher. Después de dos días intentando infructuosamente limpiar el virus, me ví obligado a llamar al servicio técnico del banco para ponerles en situación y que me informaran del tema. Y que me echaran una mano también, claro:

–Perdone, llamo porque creo que tengo un ataque de “piching”
–¿Lo cualo…?
–Que creo que tengo un virus, me sale una pantalla que…
–Bien… hummm…. Sí, es un virus. Escuche atentamente lo que vamos a hacer…
–…..zzzzzz…..
………
–¿Oiga?...
–Sí, sí, sigo aquí.
–Bien…escuche…
–Sí…
–Le hemos anulado el servicio de banca electrónica.
–¿Cómo?... Pero, señorita… si yo sólo quería que me dijese cómo quitar el virus
–Lo siento, pero no estamos para dar soporte técnico
–¿Soporte? –con cara de gilipollas– ¿Qué soporte?
–Le repito que no estamos para dar soporte técnico. Es su problema.
–¿Y qué hago para reactivar el servicio?
–Tiene que pasar por su sucursal para que se lo hagan.
–Es que ahora vivo en París
–Pues tiene que pasar por la sucursal más cercana a su domicilio
–Señorita… que vivo en París…
–Gracias por su llamada… tut-tut-tut-tut….

Finalmente seguí el consejo de la amable operadora e hice mío el problema. Gracias a un antivirus actualizado fui capaz de eliminar de una vez por todas a ese endiablado engendro informático que a punto estuvo de hacer de mí un castrato. Pero aunque el virus no ha conseguido su objetivo natural, sí que ha cumplido parte de su misión… tocarme los huevos… con la colaboración especial del servicio telefónico de soporte técnico (?) de mi banco.

Al menos ahora, salvo por el polvo que acumula, tengo el portátil más limpio que la patena… 100% libre de virus. Pero he de confesar que, a pesar de trabajar en esto de la informática, durante los dos días posteriores al descubrimiento de la infección, no me atrevía ni a tocar el portátil… no fuera a ser que también me contagiase... Y eso que yo siempre había pensado que por ser español... estaba inmunizado contra esto del timo...

viernes, septiembre 08, 2006

Gastronomía (I)

Ayer leí una noticia en la que una endocrinóloga tiraba por tierra las dietas milagro. Esas que te permiten bajar diez kilos en dos semanas comiendo crema de calabacín y jamón cocido. También las hay de aquellas en las que puedes atiborrarte de raspas de pescado y piel de manzana. La de la alcachofa es bien conocida, aunque aún no he encontrado a nadie que pudiera aclararme si la dieta en sí se trata en que tienes que comértela, o bien, metértela por algún otro orificio de tu cuerpo que no sea la boca.

Bueno, a lo que iba…, decía que esta doctora, audaz, precisa y concisa, se ha atrevido a afirmar categóricamente que hay que:
–Comer de todo pero poquito

Es decir, pasándolo por la turmix literaria, variedad en la alimentación pero en cantidades moderadas. Agradeciéndole la afirmación, no diré que esta señora haya descubierto la Teoría del Adelgazamiento, es cierto, pero no podemos negar la verdad de la contra-afirmación. Y si no, basta contrastar el experimento que realizó cierto individuo comiendo durante un mes, o más, únicamente comida del MacDonald’s. Creo que aparte de engordar veinte kilos, luego tuvieron que sacarle la grasa inyectándole en vena una solución de KH-7 (aquellos que no hayáis limpiado nunca una cocina, no sabréis de lo hablo).

Volviendo sobre la variedad en la alimentación, o, parafraseando a la doctora, respecto al comer de todo, hay que decir que París es una ciudad que está sobrada de oferta gastronómica. Realmente es amplio el abanico de posibilidades, aunque se notan dos influencias predominantes, aparte de la local, por supuesto. Estas son: la árabe y la asiática. Hoy sólo comentaré sobre éstas dos. En sucesivos posts, ampliaré horizontes.

La primera es evidente que deriva de la antigua relación colonial con el Magreb. Marruecos, Túnez y, sobre todo, Argelia, están muy presentes no sólo en el ámbito gastronómico, sino en muchas otras facetas, pues el nivel de inmigración de estas antiguas colonias no es nada despreciable. Hoy precisamente he estado comiendo con un nuevo compañero, argelino él. Pero hemos comido en un mexicano. Y nos ha atendido una italiana… Es la hostia esto de la diversidad cultural.

La segunda influencia, la asiática, para mí es algo menos evidente pues a pesar del colonialismo francés en Indochina (Camboya, Laos y Vietnam), cuesta pensar en un nivel de inmigración parejo al de las antiguas colonias del norte de África, aunque sólo sea por la distancia. Pero como muestra, el chaval que se sentaba en la mesa contigua a la mía en la oficina era vietnamita, de nombre Nam. Y lo curioso es… que era él quién me llamaba Charlie

En cuanto a calidad… hummm… ahí ya hay que hilar un poco más fino para poder encontrar algo con un nivel que vaya acorde con los precios que se estilan en esta ciudad. Entre lo barato, siempre está la opción del Kebab, que por estas tierras ha sufrido mutaciones: sándwich grec, spécialités turques, etc., pero en las que persiste la misma base. Están por todas partes. Un día, fui en coche hacia el este de París, y en una calle de un suburbio (la banlieue) se podía contemplar el Paraíso Kebab, materializado en decenas de carteles, uno detrás del otro, o justo enfrente, al otro lado de la acera, con la masa de carne jugosa (?) y apetitosa (?) dorándose plácidamente a fuego lento. Entre lo caro… no lo sé… estoy esperando que venga alguien y me invite.

Con los asiáticos pasa un poco lo mismo. Chinos y japoneses hay a patadas, pero con una oferta culinaria no demasiado apta para andar repitiendo muchos días seguidos. Son cómodos les traiteurs (según el diccionario: especialistas en comida preparada), que vienen a ser algo así como un chino de los de España pero con una barra con todos los platos a la vista, y en los que llegas, eliges, te lo ponen en un recipiente de plástico, te lo calientan… y a correr!. La oferta de los japoneses, en general, no excede del sushi (de 4 ó 5 tipos de ahumados), maki, sashimi y yakitori. Al principio mola… luego cansa.

A mí hace ya tiempo que me apetece comer en un buen restaurante de comida asiática, concretamente en un indonesio o un en vietnamita. El otro día vi uno que no tenía mala pinta, en el precioso barrio de Le Marais, pero hubo algo que no terminó de convencerme...tal vez el cartel... Lo que tampoco me queda claro es si al final de la cena, a uno le dolerá más en la cartera o en otro sitio... ¿Algún voluntario?

miércoles, septiembre 06, 2006

¿Mandeeee...?

A veces me dan ganas de cagarme en la hostia puta… pero en español, eso sí, porque no sabría hacerlo en ningún otro idioma. Frustrado y cabreado, así me siento. Muchas veces a lo largo de un mismo día. Cuando veo las caras de los demás y sus ojos me dicen que no me están entendiendo. O peor aún. Cuando me miran a mí y mis ojos les dicen que no me entero… ni del NO-DO (aunque ellos no sepan nada de Noticias y Documentales).

No ser capaz de entender o expresarse (es decir, comunicarse) en un idioma es realmente frustrante. Me refiero a otro idioma. No ser capaz de hacerlo en el propio, no es ya frustrante, es un problema. Afortunadamente creo que me encuentro en el primer caso, aunque es cierto que a veces, bajo la influencia de sustancias alcohólicas, sufra episodios de ausencia idiomática completa.

Cuando me refiero a la comunicación, voy algo más allá de todas aquellas situaciones sencillas y repetitivas que se nos presentan en nuestro quehacer diario, como dar los buenos días, pedir un café con leche y croissant, solicitar el menú, comprar en una tienda, etc. Estas simplezas uno las puede asimilar en relativo poco tiempo, dependiendo de lo tocino que se sea para esto de los idiomas.

Lo jodido de verdad es estar en medio de una conversación entre dos o más nativos y que al cabo de un rato, después de que todos hayan hecho su alocución, con pelos y señales, y se hayan rebatido entre ellos, también con pelos y señales, le pregunten a uno su opinión… Ahí es cuando los sudores ya no son fríos, son meras gotas de hielo. Y entonces, abrumado por una multitud de ojos y oídos expectantes, la única respuesta que nuestro cerebro es capaz de armar es un simple:

–Hummm…, no sé…
–Hummm…, je sais pas…
–Hummm…, i don’t know…
–Hummm…, non so…
–Hummm…, não sei…

Ante tamaño discurso, la mayoría del personal comienza a pensar que, o bien no tienes ni puta idea o bien eres gilipollas. Porque no todos son capaces de comprender… que no has entendido una puta mierda! Sinceramente, llegados a este punto, si hay que elegir, me quedo con la primera.
Y es que hay gente que no está acostumbrada a conversar con otras personas que no dominan el idioma que ellos hablan. Y no saben cómo comportarse ante dicha circunstancia. Unos, los menos, hablan más despacio y se esfuerzan en vocalizar, otros, o creen que hablan con otro nativo o simplemente… te ignoran. Pero no les culpo, porque sé que también para ellos supone un esfuerzo.

Pero si uno realmente quiere comunicarse, lo que es evidente es que no puede darle la espalda a la barrera idiomática. Hay que hacer el esfuerzo de eliminar esa barrera…hay que dinamitarla.
Y mientras voy acumulando cartuchos día tras día, pienso en un futuro lejano, después de miles de años de mutaciones y de evolución, y no dejo de preguntarme si con la telepatía… ¿habrá que saber también idiomas?

domingo, septiembre 03, 2006

La cuestión es tragar

En Francia no existen las máquinas tragaperras. En París no he visto de momento ninguna, así que creo poder hacer extensiva al resto del territorio francés la anterior observación. A pesar de que mi estancia por estos parajes va camino de seis meses, hasta hoy no me había percatado de este hecho, quizás por no haber sido nunca un usuario asiduo de este tipo de entretenimiento, o quizás por haber menos establecimientos idóneos para alojar esta clase de atracción lúdica, o simplemente por el paulatino descenso de mi interés por los bares.

Descartando esta última por irreal e improbable, y centrándonos en las dos primeras hipótesis, decir que ciertamente nunca he sido muy aficionado a las máquinas de la familia Franco. Bien por la influencia que ha ejercido este apellido sobre mi subconsciente, o bien por resultarme siempre demasiado complejo entender las múltiples reglas, variantes y combinaciones de este juego, el hecho es que nunca he tenido grandes dificultades para refrenar los posibles impulsos ludópatas que pudieran guiar mi mano hacia los botones de este lucrativo pero nada inocente juego.

Haciendo memoria, vienen a mi cabeza imágenes de unas máquinas grandes, llenas de botones y de luces, con multitud de sonidos y melodías, y con un trasiego continuo de hombres y mujeres, de adolescentes, maduros y viejos, de españoles y foráneos, de ricos y de pobres, cuyas manos llenas de monedas, minuto a minuto van soltando lastre en el interior de una rendija que, como una bestia voraz, va tragándose una por una todas las perras (de ahí su nombre…). Pero a pesar de todo, esas dichosas máquinas comedinero son parte ya del paisaje de los miles, decenas de miles o centenas de miles de bares (por no decir millones y que alguno me tache de exagerao’…) que pueblan la geografía española.

En París no existen máquinas recreativas, vuelvo a insistir, y aún a riesgo de equivocarme, diré que en todo el hexágono (como los propios franceses denominan al territorio franco) tampoco. Pero… eso no significa que los habitantes de la France estén libres de la ludopatía u otros demonios similares.
Haciendo halago de un clasismo no reñido con las nuevas tecnologías, la bestia que devora los salarios, pensiones y subsidios a este otro lado de los pirineos no es otra que el caballo. Existen otros tipos de loterías o de apuestas, evidentemente hay una quiniela, hay una especie de bingo electrónico, cartones de rasca y juega, y montones de timos legales del mismo estilo. Pero creo que la reina de la fiesta es la apuesta hípica, la PMU.

Hoy, mientras veía en un bar la final del mundial de baloncesto, he sido testigo de cómo la PMU juega el papel de las tragaperras entre la clientela de los bares parisinos. Encima de varias mesas ocupadas por otros tantos parroquianos, he visto cómo las manos diestras iban rellenando unos boletos mientras las zurdas manejaban las páginas de los suplementos de hípica con el objetivo de contrastar resultados y poder así afinar la apuesta. Había algunos que sólo necesitaban su instinto para marcar las cruces, y los menos expertos supongo que se dejarían guiar por el simple y puro azar.

Una vez ejercida la labor del relleno, los atrevidos iban pasando por caja. Un tipo del bar, ejerciendo labor única como responsable de las apuestas de la PMU, las iba introduciendo, con sus cruces bien marcadas, en una máquina tragaboletos. Pertenece a la misma especie que nuestra querida tragaperras, pero clasificada en distinta familia, por el tipo de alimentación. Ya saben, cosas de la taxonomía.

Dividiendo mi atención entre el festín que el engendro mecánico se estaba dando y el baloncesto, se llegó al final del partido. Sin concedernos apenas un momento de gloria al reducido grupo de españoles que estábamos saboreando la gran victoria que la selección acababa de lograr, las imágenes de la euforia, las risas y también las lágrimas de los componentes del equipo de España, fueron sustituidas de un plumazo por otras de caballos con la lengua fuera, corriendo hacia no se sabe muy bien dónde.

–Joder – dijimos algunos

Pero la secta de los adoradores del PMU no atendió a razones. Había otro acontecimiento lúdico-deportivo más importante que un simple mundial de baloncesto, aunque hubiese ganado España... Las carreras de caballos del domingo... y las apuestas, claro está.

Y así, cuando salí del bar, mientras una parte de mi cerebro iba pensando en el partidazo que había hecho Garbajosa, la otra sólo era capaz de pensar, no ya en el logro deportivo tan importante que acababa de contemplar, sino en las tragaperras españolas y las tragaboletos francesas, y en que al menos las nuestras… cuando comen…cantan.